
kreanto
Narrativa
erótica de lo cotidiano

MARYHIEDRA
El voyeur
Creo que su afición le venía de la enorme pecera que presidía el salón de su casa. Fue una idea extravagante de su madre, procedente de una familia de pescadores y pescaderas que se remontaba al siglo XVIII. Había mandado construir una inmensa pecera que ocupaba medio salón y en la que vivían hasta 30 especies diferentes de peces de todos los tamaños y colores. Él creció mirando esa pecera en silencio. Observando el movimiento incesante de los peces, sus encuentros, luchas, arrumacos…
En su primer viaje a la capital su padre le llevó a un local donde, como en la pecera, él podía observar, tras un cristal, el juego amoroso de varias parejas desnudas que interactuaban en unas muy desinhibidas prácticas sexuales. Ahí encontró el nombre de su pasión: era un voyeur irredente. Le gustaba mirar sin participar. Como mucho apoyaba la frente y la boca en el cristal y deslizaba la cara arrastrándola por la superficie como queriendo entrar, fundirse en la escena, pero lo más que hacía era agarrarse el sexo con la mano y machacar hasta que lanzaba su corrida contra la pared o la puerta.
Una tarde, mientras contemplaba a la pareja desnuda que ejecutaba las 7 primeras posturas del Kama Sutra, la puerta de su cubículo se abrió sorprendiéndole en mitad de la pajilla.
La stripper que antes estaba tras el cristal le miraba ahora directamente a los ojos y al sexo que tenía entre manos…. - ¡Basta ya de mirar! ¡dime qué es lo que quieres! Dime qué es lo que te gusta. ¡Ven aquí dentro y participa conmigo!
Pero el voyeur la miró de arriba abajo, de las tetas al pubis y siguió pajeándose como si no oyera nada.
Ella cerró la puerta tras de sí mientras decía: Se acabó. Salgo de la pecera.
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