kreanto

Narrativa

erótica de lo cotidiano

MARYHIEDRA

La cata

Habíamos contratado una cata a ciegas, una experiencia para los sentidos muy exclusiva, para un grupo muy reducido de amantes del vino.

Mi chico y yo éramos eso: amantes… y del vino, siempre curiosos por vivir nuevas experiencias. Nos citaron por separado. Seríamos 5 parejas y 5 vinos. Las mujeres debíamos llegar primero al lugar del evento, los hombres media hora después. La cita era en una cueva centenaria. En el centro y rodeada de tinajas de barro de 3 metros de altura, habían dispuesto una enorme mesa redonda con 5 copas, 5 botellas de vino y 5 caminos de mesa que más parecían esterillas de pilates, por su tamaño.

“Vosotras seréis parte de la cata – nos dijo el atractivo sommelier que nos recibió. –Vuestros hombres probaran el vino directamente de vuestro sexo dispuesto y expuesto pero no sabrán de que cuerpo lo estarán bebiendo…eso forma parte de la experiencia.

Las cinco mujeres nos miramos sorprendidas pero no asustadas. Nos gustaba el juego. Entraron dos hombres más y dos mujeres y cada uno se ocupó de una de nosotras. Nos desnudaron de cintura para abajo, nos lavaron el sexo con agua ligeramente perfumada a limón y nos secaron bien. Nos dispusieron sobre la mesa, tumbadas boca arriba mirando al techo de arena prensada con aroma a la madre de todos los vinos. Yo estaba nerviosa, excitada, expectante. Cinco hombres iban a beber de mí y el mío debía de adivinar quién era yo entre los otros cuatro sexos. El sommelier nos pasó revista, primero con sus manos, rozando con los dedos los labios, introduciendo un poco el corazón, estimulando el clítoris hasta comprobar que se estremecía e hinchaba. Estaba preparada. Me hubiera gustado que siguiera con esa maniobra un poco más… Una de las mujeres empezó de repente a jadear… no estaba preparada. Le dieron un poco de vino y un masaje muy erótico para que se relajara que nos puso a todas muy cachondas… Tuvimos que retrasar la iniciación. Se nos sugirió que hiciéramos un 69 entre nosotras para preparar el grado óptimo de humedad de nuestro sexo, que recibiría el vino y las bocas de los catadores. Me gustó recibir los lametones de mi compañera, una joven tetona muy golosa que se relamía sorbiendo mis jugos. Yo preferí no chuparla a ella por concentrarme en mi placer exclusivo y fue el sommelier el que se encargó de ponerla a punto.

 Así, después de unos minutos muy calientes, volvimos a nuestro sitio, tumbadas, las piernas abiertas y los ojos vendados. Oímos como se abría una puerta y entraban. Ellos también llevaban los ojos vendados, era una “cata a ciegas”. Noté que alguien se sentaba frente a mis piernas abiertas y su aliento templaba mi sexo. Respiraba excitado, olía mis efluvios mezclados con la saliva de la tetona. Fue el momento de probar el primer vino. Con un escanciador derramaron un poco sobre mis labios entreabiertos mientras una boca masculina bebía directamente de mi sexo. Notaba la lengua relamiendo cada rincón, absorbiendo hasta la última gota de ese primer vino. Una barba incipiente se cosquilleaba el culo. Supe que no era mi chico, él siempre va muy afeitado. 

No quería excitarme aún pero él bebía de mí con tal fruición y deleite que algo más que el vino chorreó en la boca de mi primer catador que, complacido, me dio un pellizco cómplice en el culo. Sonó una campanita y se retiraron. Era el momento para el segundo vino pero antes pasaron a limpiarnos con una toallita húmeda y fresca. El sommelier, que se veía muy profesional, quiso asegurarse de que no quedaban restos del primer vino en mi sexo y lo comprobó directamente con su lengua experta de catador, introduciéndola entre los pliegues de mis labios y comprobando el sabor neutro de mi clítoris ya un poco hinchado, en el que no quedaban restos del primer alcohol pero sí dejó la huella de su aliento fresco y limpio… uhmmm.

Nosotras también debíamos probar el vino. Nos lo sirvieron en pollas de silicona, con una textura muy realista, de las que succionamos como si fueran un biberón. Yo sabía que ese primer vino era un blanco afrutado con aroma a piña y pera. Me preguntaba si mi osito estaría empalmado y si le habría gustado beber de otro coño distinto al mío. Con el segundo vino disfruté menos. Mi inexperto catador dejó que se derramara todo por mi culo. No supo beber a tiempo. Como castigo tuvo que pasar su lengua por mi ano hasta dejarlo bien seco y también tuvo el atrevimiento de introducir su lengua, de absorber, de chupar casi con desesperación. A este le gustaban los culos más que los coños pero le perdoné por rematar bien el trabajo. Me dejó temblorosa y excitada.

Éste segundo vino era un tinto untuoso, fuerte, que se repartía por el paladar. Le tocó a la joven tetona verterlo en mi boca. Juntas lo saboreamos y dejamos que se escurriera entre nuestras tetas.

 –“más vino, por favor”- pedimos, y lo seguimos degustando entre nuestros pezones hinchados. Me gustaron sus tetas gordas con sabor a sirah. De repente oí el leve jadeo de mi chico. Sabía que me estaba oyendo suspirar y debía estar poniéndose muy cachondo, sin embargo no fue él el que bebió de mí el tercer vino. Sentí un ligero escozor cuando lo vertieron sobre mi vulva. Estaba frio pero unos labios como vetosas lo chuparon entre los pliegues… se quedó ahí, boqueando como un pez, con las manos agarrando mi culo, sin dejar escapar ni una gota. Bebió más que el vino porque noté como un líquido caliente se desprendía de mi interior. Él era un succionador profesional. Me retorcía de placer con cada pasada de su legua. Sin poder evitarlo lancé un gemido y entonces noté como alguien le arrancaba de mi coño y ponía otra boca jugosa entre mis labios inflamados. Esta boca… era la mía, la de mi amante, que pidió más vino.

-“ Más vino aquí. A partir de ahora sólo yo beberé de mi chica. Este coño es mío”.

Y, aunque estaba saciado de la corrida oceánica que le había obsequiado su anónima pareja, tuvo fuerzas y sed para seguir bebiendo de mí y de excitar mi clítoris hasta convertirlo en una pequeña fiera hambrienta que reclamaba ansiosa la posesión de su polla.

Así fui embestida, empalada y complacida por mi goloso y fiero amante, que había probado el vino como nunca antes lo había bebido.

Fue una cata memorable. Acabó en un baño de merlot caliente con masaje final que liberó todas las oxitocinas de nuestro cuerpo.


COMPARTE ESTA PÁGINA

 Comentario y correo sólo visibles por la autora

COMENTARIOS A LA AUTORA