
kreanto
Narrativa erótica de lo cotidiano

MARYHIEDRA
La habitación
Estaba cansada del Tinder. Aburrida de las citas con posturetas que no le duraban ni diez frases ni dos quedadas (con suerte). Su cuerpo necesitaba
sexo – ya no iba a pedir amor- y se frustraba con cada nuevo desencuentro. El que más prometía desapareció con un ghosting flagrante que acabó por decidirla: esa tarde iría al encuentro de un desconocido que la esperaba desnudo y dispuesto para el juego del placer. Sin palabras, sin promesas, sin ropa. Una amiga muy swinger le había dado la dirección de un anónimo amante. No te arrepentirás, le dijo. Ve. Hazlo. Y ella fue y lo hizo siguiendo las instrucciones recibidas.
Iba vestida para follar: tacones de aguja, body de malla con los agujeritos estratégicamente distribuidos, un breve vestido, un pequeño látigo ( por si acaso) y su sexo palpitante.
Estaba frente a la puerta. Sacó del sobre la llave que le habían entregado y recorrió vacilante el pasillo oscuro. Por las habitaciones entreabiertas vio libros, fotos y enredaderas… eso la tranquilizó, sería un tipo culto, formal, con intereses y tal vez desencantado y hambriento como ella. Al fondo del salón vio la puerta que se abría como una invitación a entrar. Los tacones avanzaban silenciosos y seguros por la moqueta pero su olor ya la delataba, llegó antes que ella y vio como el hombre desnudo, sin verla, se excitaba ante su presencia. Tumbado de espaldas sobre una gran cama temblaba estremecido. Arriesgaba, con los ojos vendados, pero no parecía tener miedo. Ella, curiosa, se acercó despacio. Dejó que sus manos se expresaran primero y le acarició la cabeza, tironeándole del pelo que era gris y fuerte. Deslizó sus dedos por la frente, la boca, el cuello, el torso, el sexo… Su olor llenaba la habitación. Sobre la mesilla descansaba Rayuela de Cortazar y eso la inspiró. Detuvo sus labios entre su boca y le mordió: sabía a tabaco y cerveza pero también a hiedra y canela.
La lengua del amante vendado se enredó en su lengua sorprendiéndola en un beso laberíntico que le llegó, como una descarga de calor, hasta su sexo. Primer gemido de placer, casi un aullido, y lanzó sus pezones sobre esa boca para darle su alimento. Así fue succionada, lamida y rechupeteada con ansia de bebé hambriento. Le gustó. Jadeaba anticipando lo que sería esa boca en su coño y… ¿por qué esperar? Gateando sobre él se colocó en un sesenta y nueve desesperado que devoraban los dos como si no hubiera un mañana. Llegó el squirt inundando la boca de su amante justo cuando ella casi se atraganta con su polla hinchada. El placer la detuvo, retorciéndose excitada sobre la cama, momento que aprovechó él para empalarla, sin quitarse la venda ni un instante.
Ella gemía, él jadeaba y embistiendo como un centauro a la ninfa de agua, se corrió sobre sus pechos y se desplomó a su lado. Había sido todo muy rápido. Le gustó. Ella se giró sobre él y sin levantarle la venda le restregó las tetas por la boca para que probara el dulce licor de su excitación. Un fugaz beso y adiós.
Al salir se tropezó con “La insoportable levedad del ser” de Kundera, que estaba tirado en la alfombra. Volveré, -pensó- ya sé donde vives. Cuando él se quitó la venda solo vio su culo saliendo por la puerta.
Maryhiedra
Madrugada del 29 de enero.
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